El hombre descansa. Son visibles las huellas de su esfuerzo.
Descansa sobre la piedra que él mismo ayudó a formar. Acaso es mediodía.
La piel ajada por el sol. Acaso él mismo es la piedra de un edificio que no verá.
No ostenta, no se pavonea, no simula: está.
Sus manos también descansan, libres del peso del martillo y el cincel.
Sentimos casi el polvo que se respira: el testimonio silencioso de la transformación de la materia bruta en arte.
El hombre en la cantera: la fuerza para fracturar la piedra y la delicadeza para esculpir cada bloque con arte.
Cada golpe es un diálogo entre su voluntad y el material que resiste.
Hay cansancio, pero también hay belleza en la repetición, en el ritmo del trabajo.
Su mirada silenciosa está llena de palabras.
En la quietud de su entorno, el trabajador se convierte en artista.
Y el arte en palabra, cuidada, serena, precisa.
Esculpir las palabras, cuidarlas para contar el trabajo. Para que un mejor trabajo sea posible.
En el lenguaje está la llave para comprender esa mirada, fatigada y feliz, que dice futuro.